Existe una consciencia creciente de que las emociones, creencias y patrones atrapados en nuestro subconsciente tienen una repercusión directa en nuestra salud psíquica y física.

Las vivencias que transitamos en nuestra primera infancia son determinantes en la construcción de la personalidad adulta e influyen en la manera en la que nos relacionamos con el entorno, con las demás personas, el diálogo interior, el desempeño laboral, la gestión de las emociones, el manejo del estrés…

Ahondando aún más, se sabe que las emociones que recibe el feto en el periodo de gestación también tendrán una influencia en su equilibrio emocional, en especial si las vivencias que se experimentan en el estadio intrauterino son recibidas como traumáticas.

Dado que cada persona es única, también lo es la manera como estas emociones se graban en nuestro inconsciente, pero sí está muy relacionado con lo que nuestra madre sentía en el embarazo.

Cuando somos adultas a menudo experimentamos bloqueos mentales internos que nos afectan en la interacción social y muchas veces ni siquiera somos capaces de identificar cuándo o dónde empezamos a subyugarnos a dichas limitaciones. Por eso, gran parte de ellas pueden ser transmutados mediante técnicas de trabajo a nivel subconsciente.