En el Principio, Todo era Luz y la Luz era el Todo: una Luz pura, infinita, que se expandía más allá de lo que podemos comprender.

Tal vez aún no lo recuerdas, pero fue esa Luz lo que nos dio vida. Emanamos de ella como trillones de chispas divinas, únicas, cada una de ellas con una vibración especial propia. Cada uno de nosotros es una chispa divina de esa Luz. Esa chispa es nuestra Esencia, es todo lo que Somos en nuestra forma más pura.

Y así fue como empezamos nuestro Camino de evolución. Y en un momento dado, emprendimos este viaje humano lleno de aprendizajes, crecimiento y Amor.

Nuestros trayectos comenzaron hace mucho, mucho tiempo, desde ese espacio donde solo existe la Luz. Y es ahí donde regresamos vida tras vida para recordar y recordarnos, porque al llegar a la Tierra empezamos a experimentar el desafío de la dualidad y nos desconectamos del Todo. Olvidamos esa Luz, experimentamos la oscuridad como una parte de nosotros mismos y creemos erróneamente que eso es lo que somos. Nos encontramos con los miedos, con las dudas y con las sombras que nacen de las experiencias no resueltas, de las emociones no sanadas, de las relaciones que no hemos comprendido completamente. Y de alguna manera, esas sombras producto de nuestros aprendizajes incompletos, empiezan ocultar nuestra propia Luz tras un velo.

Esas sombras, aunque invisibles a los ojos, se sienten profundamente en nuestro ser. Son los karmas no resueltos, las lecciones que dejamos a medio aprender, las deudas emocionales que hemos ido acumulando encarnación tras encarnación. Nos preguntamos por qué seguimos repitiendo patrones, por qué sentimos bloqueos inexplicables, por qué a veces no avanzamos como quisiéramos, incluso cuando creemos que damos lo mejor de nosotras mismas. La razón está en esas sombras que aún no hemos revelado. Y el gran juego de la vida trata de comprender que esas huellas que siguen moldeando nuestra realidad y nuestras relaciones en el presente, no son más que una ilusión.